El pasado jueves 29 me correspondió representar a la CTV en el foro “Derechos laborales, sindicatos y LOT”, organizado por la empresa comunicacional Últimas Noticias. Por vez primera en mi vida compartía el panel [Danisbel, no la pronuncies como si fuera grave: es aguda como tu nombre] con un ministro, el del Trabajo por menester del asunto a tratar, además de otros sindicalistas y estudiosos de la materia laboral.
Sinceramente me sorprendió la humildad que transpiraba Jesús Martínez y su apariencia campechana, como viejo militante de algún otrora partido comunista, dentro de un gabinete que no escatima esfuerzos en mostrar el esplendor del poder, tanto en oro-no-pel como en capacidad represiva inmisericorde contra el estudiantado y contra la protesta popular: un frankenstein de Pedro Carreño con Rodríguez Torres sería el “bolivariano del siglo xxi” por antonomasia, más que el propio “comandante eterno”… Al oír su disertación me convencí de que mi primera impresión era acertada, aunque más que a un viejo ñángara se asemejaba a un pastor evangélico haciendo llamados a la fe y recetando buenas intenciones a diestra y siniestra. Ponía énfasis particular en que la letra del decreto-ley era el camino para destruir la explotación capitalista, para que el trabajo dejara de ser una mercancía, para que el trabajador dejara de vender su fuerza de trabajo y para que la dedicación del sindicato no fuera negociar las condiciones de esa venta cual vulgar mercachifle.
Dos días después hube de dedicarme a cumplir una vieja promesa hogareña de desmalezar el espacio que generosamente llamamos jardín. Mientras sacaba de entre la grama ―ya muy rala por mi descuido en el tiempo― los ya consolidados mogotes de monte, recordaba las palabras del ministro sobre la construcción del socialismo y las contrastaba con el magnífico escrito del compañero Víctor Partidas sobre nuestra joven camarada Sairam Rivas: “Te has convertido en un símbolo inequívoco de la auténtica fuerza rebelde que subyace en el movimiento juvenil y estudiantil, que una vez más está escribiendo páginas de gloria infinita frente a la infame ejecución gubernamental, decidida a ahogar en represión criminal el ímpetu libertario de miles de venezolanos rebelados ante la ignominia”.
Había en el jardín cierta maleza ―la más profusa, por cierto― cuyas hojas casi no se diferenciaban de las de la grama, y progresiva pero indefectiblemente iba copando mayor espacio por esa mímesis que dicho monte había alcanzado. Varias veces debí revisar las raíces, pues allí sí había estructuras formales muy distintas; sin embargo, en más de una ocasión desprendí varios ganchos de grama y dejé subsistir expresiones montunas. Pude comprobar que en espacios cubiertos casi totalmente por el monte subyacían ―con una resistencia digna de mejores empeños― pequeños grupitos de grama que se las arreglaban para no desaparecer en esa batalla desigual por nutrientes, agua y sol. Noté que las raigambres del monte se extendían más allá de sus notables apariencias y habían construido una red subterránea que les garantizaba revivir, en caso de que sus exterioridades fuesen arrancadas, tarea a la cual estaba dedicándome.
Por la magia del raciocinio, cosas tan disímiles ―humildad y hierba coinciden en que comienzan con una letra muda― comenzaron a hilvanarse en mi mente en la búsqueda de similitudes, semejanzas o antagonismos. Traté de que las comparaciones entre cuestiones tan distintas no fueran algo traído por los pelos, o por lo menos no tan descabelladas.
Mi primer pensamiento se refería al engaño, al disfraz, a la diferencia entre apariencia y ser, y concluí, para ambas circunstancias, que quien mejor engaña ciertamente es el más parecido al original, o sea, hojas muy similares a la grama ―pero monte en realidad― harían el papel de vestimenta socialista, sentido humanitario, dosis de bondad “cristianoide o comunistoide”, discurso nacionalistón y en favor de la solidaridad internacional, pues esconderían lo que en verdad son: el monte que ha crecido en nuestro país, la estafa del siglo para las esperanzas de cambio de los venezolanos.
En particular, para quienes defendemos el socialismo y nos guiamos por el marxismo-leninismo nos resulta una imperante necesidad lograr que los venezolanos y el mundo vean la diferencia. La frescura, valentía y determinación de los jóvenes, en apenas tres meses de férrea consecuencia en la protesta callejera ―aunque con pérdidas valiosas en vidas, torturas y encarcelamientos―, desmontaron ese adefesio llamado “socialismo del siglo xxi” y arrancaron la máscara de este régimen dictatorial, pro oligárquico, discriminatorio, verdadera involución histórica. Ya se le agotó su tiempo de engaño, ya cada vez menos pueblo se dejará sorprender por estos falsos discursos, ya está cerca el declive definitivo de eso que nos quisieron vender como la esperanza para la paz, para el desarrollo, para la independencia, para el socialismo… pero que en realidad era todo lo contrario.
En el plano personal, no tengo por qué dudar de la humildad y honradez del ministro Martínez y en ningún momento me movió la intención de ofenderle. Sin embargo, en el plano de la ideología y de la política es muy difícil que sea reivindicado, a la luz de las actuaciones persistentes del gobierno y del régimen que representa, defiende y comparte. Las horas gloriosas que tuvo el PCV en los primeros años de la formación de la república contemporánea, de la democracia representativa, su arrojo de levantarse en armas para asaltar el cielo en la terrible década de los 60, han debido conformarse con el reparto mafioso de los puestos gubernamentales, tocándole al Ministerio para la Protección del Proceso Social del Trabajo ―¡molleja ’e nombre!, diría un maracucho― el triste papel de sepulturero de la autonomía e independencia de la clase obrera, de demoledor del sindicalismo como primera escuela de libertad para los trabajadores y de la contratación colectiva como mecanismo iniciador para forjar una unidad más profunda, y todo a nombre de un inexistente cambio en las relaciones sociales de producción, de un paraíso que hoy se viste de naufragio para todo el país.
También me asaltó el pensamiento de que entre defensores del “proceso” haya individuos o grupitos que cierta y sinceramente sean socialistas, humanistas, solidarios, que no convalidan los actos fachos del régimen. Pero esos mogotes de grama están asfixiados por el monte circundante, probablemente la irracionalidad o una visión estrecha de cómo la vida se abre camino los llevan a suicidarse antes que ceder ante la “derecha”. No terminan de comprender que el “sentido común”, esa anticientífica costumbre de analizar las cosas con costumbres y con clichés, es esa entramada raigambre que hace brotar maleza sin dejarse ver.
Para cerrar volveré a los derechos y legislación laboral de que hablábamos en el foro. Pienso que uno de los artículos, aunque no el único, del decreto-ley del trabajo ―el 25, para ser más preciso― es una mezcla de trampa, ignorancia y desconocimiento. Trampa para cazar incautos que aún creen que en estos quince años se ha asentado siquiera una base para construir algo distinto al capitalismo, ni siquiera para afianzar un nacionalismo independiente. Ignorancia por no ahondar en los elementos imprescindibles ―objetivos y subjetivos en su relación dialéctica― para superar un sistema de relaciones sociales concreto. Desconocimiento de los ejemplos históricos que nos enseñan las fallas, deficiencias y hasta perversiones que se han cometido al querer dar curso a la transformación revolucionaria de la sociedad.
Dicho artículo 15 es una oda, una bonita declaración: “el proceso social del trabajo tiene como objetivo esencial superar las formas de explotación capitalista”. Son solo hojas muy similares a las de la grama que esconden la catástrofe que han construido con los gigantescos ingresos que por más de una década ha manejado la administración pública, dilapidados en corrupción, especulación, discriminación y miserableza. Pero triunfará el verdor de la vida frente a la pústula que hoy enferma a nuestra patria.
Pedro Arturo Moreno
1° de junio de 2014
Post scriptum. Debo confesar a mi hijo pequeño que las semillas de durazno tiradas al voleo sobre la tierra ni de vaina fructifican y a mi hijo grande que las tapas de botellas de cerveza no son de ninguna manera abono para la tierra descuidada.